Las lluvias en Chalco no explican el desastre

Apareció en nexos

Desde hace varios días, algunas familias en Chalco han vivido en casas inundadas por aguas negras. Una de las primeras declaraciones de las autoridades de protección civil del Estado de México ante la crisis fue que esta se debía en parte a lluvias atípicamente intensas. Días después, la periodista Fanny Miranda demostró que las lluvias que precedieron la inundación no fueron atípicas para la temporada, y que el desastre tuvo más que ver con la acumulación de basura en el drenaje.

Las autoridades de Chalco no son las únicas que han culpado rápidamente a la meteorología por una crisis de la que son responsables. En los últimos años, el país ha experimentado varios desastres asociados con fenómenos meteorológicos. Abundan los ejemplos, pero enfoquémonos en las inundaciones recientes en Chalco; en el huracán Otis de 2023, que dejó 51 muertos y muchos desaparecidos; y en las inundaciones en Tula en 2021, que provocaron fallas eléctricas en un hospital, lo que resultó en la trágica muerte de catorce pacientes. En todos estos eventos, los gobiernos de distintos niveles atribuyeron la catástrofe, al menos en parte, a lo atípico del evento meteorológico. Esta respuesta ya no es satisfactoria, porque parece que, al ofrecerla, las autoridades buscan transferir parte de la responsabilidad a la naturaleza, sugiriendo que la catástrofe era inevitable.

Es cierto que algunos desastres están asociados con fenómenos extremos (que, por definición, son atípicos) y que estos fenómenos podrían aumentar en intensidad y frecuencia en el futuro. Uno de los efectos mejor identificados del cambio climático causado por las actividades humanas es el aumento de la temperatura de la atmósfera. Por procesos físicos bien conocidos, una atmósfera más caliente puede contener más vapor de agua que una más fría. Esto significa que, a mayor temperatura, una mayor cantidad de agua puede estar disponible para convertirse en lluvia. Por lo tanto, en el clima actual, lluvias más intensas son más probables que en el pasado, y lo serán aún más en el futuro. Estas lluvias intensas aumentan la probabilidad de inundaciones y tormentas severas.

En vista de todo esto, escuchar a las autoridades repetir la misma frase no resulta chocante porque sea falso que las lluvias hayan sido atípicas (excepto en algunos casos, como el de Chalco, donde las lluvias no fueron especialmente intensas). No, escuchar a las autoridades evadir su responsabilidad culpando a la naturaleza es molesto porque, incluso si una crisis está asociada a hechos meteorológicos sin precedentes, en la mayoría de los casos la crisis podría haberse evitado o mitigado con acciones responsables de los gobiernos.

Además de Chalco, el primer ejemplo que viene a la mente es el huracán Otis, que azotó Acapulco y Coyuca de Benítez el año pasado. Otis ha sido el huracán más intenso en tocar tierra en la cuenca del Pacífico Oriental desde que se tienen registros; su ritmo de intensificación también fue especialmente rápido. Todos los modelos computacionales de pronóstico fallaron gravemente al predecir la intensidad del huracán. Por estos factores, los gobiernos supieron con poca anticipación que el huracán tocaría tierra como una poderosa tormenta de categoría 5. Fue un evento sin precedentes, como lo mencionó el presidente de México en su conferencia matutina. Sin embargo, al indagar sobre las razones de tan poco aviso, hallamos, entre otras cosas, que el radar meteorológico de Acapulco (manejado por la Conagua) lleva varios años sin funcionar. No sólo eso: hoy México cuenta con menos radares que en 1994, cuando el Instituto Mexicano de Tecnología del Agua recomendó a Conagua incrementar la cobertura de radares. La falta de instrumentos como radares o boyas marinas reduce las fuentes de información con las que cuentan los meteorólogos e impacta la calidad de los pronósticos computacionales. Con una planificación a largo plazo, la pérdida de vidas pudo haber sido menor, incluso con lo extraordinario del huracán.

El último de los ejemplos recientes es la tragedia ocurrida en 2021 en el Hospital General de Zona con Unidad de Medicina Familiar 5 del IMSS de Tula, Hidalgo. En este evento, catorce pacientes murieron al quedarse sin energía eléctrica los equipos que los mantenían con vida. Nuevamente, el reflejo automático de diversos niveles de gobierno fue culpar a las “lluvias atípicas”. Días después se supo que, aunque hubo días de intensa precipitación, la principal causa de la tragedia fue una combinación del desfogue de presas, el manejo del drenaje de la cuenca del Valle de México, y la falta de coordinación entre autoridades de protección civil de distintos niveles y el IMSS.

El clima de hoy no es el mismo que el de hace cuarenta años. Actualmente, los eventos extremos como lluvias atípicas, tormentas intensas, sequías y olas de calor son más probables que antes y menos probables que en el futuro. Pero esto no es una sorpresa. Tanto activistas como miembros de la comunidad científica lo han advertido con antelación, y las experiencias recientes nos han mostrado lo costoso que es no planear para el clima del futuro. Las autoridades del pasado debieron escuchar e invertir en protocolos e infraestructura; las autoridades del presente deben hacer lo mismo. En 2024, culpar a las lluvias atípicas por los estragos causados por una crisis es, también, admitir la falta de planificación. Es tiempo de que las autoridades vean a las “lluvias atípicas” como un llamado urgente de atención y no como un chivo expiatorio. El precio de no hacerlo lo pagarán, como siempre, los más vulnerables.